viernes, 16 de diciembre de 2011
¡Adiós Príncipe!
martes, 13 de diciembre de 2011
Navidad... cuentos y música
Con música de los mejores, mi especial Chin Chin. Feliz Navidad!!
jueves, 24 de noviembre de 2011
Dieta, dieta... lo que se dice dieta...
Por eso y porque, sinceramente, pienso que no lo necesito solo hice dieta una vez en mi vida y fue para comprobar por qué el señor Dukán se había convertido en el libro de ficción más vendido no solo de España sino también, y que yo sepa, de Francia. ¡De casi me da algo! Dejé la dieta no solo porque yo me veía igual todos los días, sino porque soy miembro del jurado de Cortadores de Jamón del Salón Internacional de Gourmets así que ¿cómo puedo dejar mis funciones por una dieta?
Pero hoy hablo de dietas porque quiero hablar de un amigo. Se llama Chema de Isidro y es no solo un queridísimo compañero de batallas culinarias, un excelente cocinero (La Bella Lola. Madrid), profesor en mi escuela de cocina A PUNTO, sino también -y creo que esto es lo más importante- una maravillosa persona. Así es mi Chema.
Pues hace unos meses que se embarcó en su primera aventura bibliográfica, Roca Editores (Planeta) le pidió que hiciera un recetario sencillo y muy saludable. Dijo que sí. Mi Chemita pocas veces dice que no. Y se puso a diseñar un libro que a mi parecer es sensato...o eso creo, lo que sí tengo seguro es que los que hagan estas recetas no caerán en una triste depresión delante de solitario filete de pollo a la plancha.
Antes de entregar el original me llamó y me pidió un texto para cerrar su libro, un relato que hablara de las fiestas navideñas, de los festines en familia. Al día siguiente le mandé mi 'Chin Chin' (así se llama mi historia para Chema) que está incluido (junto con otro texto de mi -de nuevo- querida Ana Lorente) en su libro La Dieta de la Proteína, que ya está en mi librería y que os puedo asegurar está escrito con mucho corazón, el corazón de este pedazo de amigo y chef.
¡Feliz dieta!
miércoles, 23 de noviembre de 2011
viernes, 11 de noviembre de 2011
Palabras, palabros... que nos llegan
martes, 8 de noviembre de 2011
Tomás Segovia, ¡Muere un poeta, afloran sus versos!
El desconocimiento lleva a la fascinación de lo nuevo, a las emociones virginales que proceden de sensaciones diferentes, anómalas a la cotidianidad de día a día.
Después de aquella charla, a los pocos días, mi amiga me trajo tres libros de Tomás Segovia, uno de ellos con un CD donde aparece toda la lectura comentada que hizo Tomás Segovia en la Residencia de Estudiantes el 23 de abril de 2009 y en el que de vez en cuando me recreo con su voz, su humor y sus excelentes versos.
Su muerte me ha recordado uno de sus poemas "Tal vez se llame Muerte lo que anhelo; / tal vez se llame eterna noche, olvido; / tal vez se llame así, que en lo vivido, / nada alcanza a medirse con su vuelo; "
Aquí os dejo su voz susurrando versos que pretenden definir la poesía... y mientras, yo brindado por y con él con un Laurent-Perrriet Cuvée Rosé
lunes, 31 de octubre de 2011
¿Qué esperas de un churro?
Desayunos en Madrid ha recibido varios premios y hoy por hoy ya está en su tercera edición -las dos últimas traducidas al inglés-. Por todo ello, siento un profundo orgullo del trabajo de Matías Pérez Llera, que hizo las fotografías, y de Marisha Boekstaaf que es la responsable del diseño.
Hace poco en la fiesta privada de una amiga alguien se me acercó y me dijo que estuvieron probando algunos de los sitios de churros de los que yo hablo en mi libro y que no les habían gustado nada. Me comparaban 'la cutrez' de las churrerías madrileñas con otra -parece ser que maravillosa, iré y os lo contaré- en otra provincia fuera de ésta. Mi respuesta fue inmediata, al ver quién me decía tal cosa, "no puedes buscar en un churro la alta cocina y mucho menos, no esperes encontrar lujo en esos lugares de barrio de los que yo hablo en este libro"
Los establecimientos de churros que aparecen mi libro son lugares populares, de barrio, donde suenan las cucharrillas de café desde primera hora de la mañana, huele a chocolate a la taza y café recién molido; lugares donde se habla de todo y de nada, se canturrean las comandas con un acento marcadamente madrileño, y en los que los comensales se conocen porque día a día comparten ese despertar de churros y café.
Son churros caseros, hechos al momento y, sobre todo, nada grasientos, que para mí esto es fundamental.
Pero toda crítica, buena o mala, siempre me invita a reflexionar y mejorar, sobre todo ahora que he decidido renovar mi libro y hacer una edición nueva mucho más amplia y selecta, y mi pregunta es ¿qué tiene que tener un churro para ser delicioso?
Os dejo con una pista rica rica y desde luego auténtica: La Antigua Churrería de la calle Apodaca, 11. Desde primera hora de la mañana están haciendo sus churros y porras allí mismo y antes de que salga este sol de Otoño, la gente del barrio sabe que aquí, sentados en la barra -no hay otra- van a probar unos churros y un café más que correctos... En ocasiones, el acto de comer es una excusa fantástica para entablar una conversación de mañana.
¡Feliz despertar!
lunes, 24 de octubre de 2011
El gastro-cancionero
viernes, 21 de octubre de 2011
¿Quién se puede sentir más escritor: un novelista o un poeta?
lunes, 17 de octubre de 2011
Tendencias, tendencias, tendencias… para comer
lunes, 10 de octubre de 2011
La Carne es Bella
viernes, 7 de octubre de 2011
Novelas con sabor agridulce
martes, 4 de octubre de 2011
jueves, 29 de septiembre de 2011
Alta cocina de otros mundos: viaje a Ecuador
Sabemos de las cocinas del 'Nuevo Mundo': cada vez más conocemos las excelencias de la peruana; de los punzantes y deliciosos guisos mexicanos, de las carnes argentinas... pero ¿qué ocurre con las cocinas de otros puntos de Sudamérica? |
martes, 27 de septiembre de 2011
Luis Arévalo y la cocina japonesa-fusión con firma de autor
jueves, 15 de septiembre de 2011
Los tres patitos
Enamorada de Bangkok. En el barrio chino, fascinante barrio chino. Los patos colgando con la brisa del amanecer húmedo y los chino-thai deseosos de enrollarte la piel del ave en un papel de arroz.
miércoles, 31 de agosto de 2011
Pasiones para coger con palillos
En el corazón de la cocina china
En el siglo X, bajo la dominación de la dinastía Sung, los viajeros que recorrían el Camino Real solían hacer parada y fonda en los salones de té para descansar y reponer fuerzas. En aquellos lugares se ofrecía a los aventureros una sencillísima y enérgica cocina basada en varios platillos con diversos guisos que se envolvían en unas obleas llamadas wonton. Cada viajero cogía una de esas obleas y envolvía en ellas lo que más le apetecía. Cada bocadito se acompañaba con té, generalmente con unos té aromáticos y potentes de sabor como el Pu Erh.
La imagen de estos primitivos ágapes me trae a la memoria las tortillas mexicanas. Sin embargo, aquel picoteo de viajeros fue evolucionando hasta convertirse en lo que hoy es uno de los bocados más maravillosos y energéticos de la cocina China, los llamados 'dim sum' o empanadillas chinas.
Viaje a dónde viaje, por cualquier lugar del fascinante continente, hay puestos callejeros en los que se están elaborando los 'dim sum' a pie de calle. También en cualquier restaurante, las cartas sugieren mil maneras de degustar esos caprichosos bocaditos.
Puede que me hayan venido a la cabeza los 'dim sum' por estas Olimpiadas que estamos viviendo. Porque en estos días hemos oído y leído varias noticias sobre la alimentación que se les está dando a los atletas. La cocina china es milenaria, nutritiva, equilibrada y sabrosísima. Sin embargo, los miles de cocineros, que han sido contratados para alimentar a los deportistas, están poniendo en práctica sus conocimientos de cocina internacional, o elaborando las tradicionales recetas chinas con guiños de fusión. Para que los paladares del mundo no sufran con guisos desconocidos.
En cualquier caso, pienso que, cuando se viaja hay que probar los platos típicos de cada país. Y en China, la cocina es una verdadera delicia y los 'dim sum', un ingenioso bocado para sibaritas.
Recuerdo que en Shangai me llamó la atención que en una de las calles más comerciales de la ciudad había una gran cola de gente esperando. Me quedé mirando, sin saber muy bien qué era lo que ocurría, hasta que un chico me dijo: "¿Te gustan los 'dim sum'?". Y yo le contesté que era adicta. Así que me invitó a probar los de ese chiringuito callejero que "son los mejores de este barrio", me dijo. No sé si lo eran o no, pero desde luego tengo un recuerdo fascinante.
El 'dim sum' es un bocado cantonés que, traducido a nuestro idioma, significa 'tocando el corazón'. Suelen rellenarlo de carne, verduras, mariscos e incluso de frutas. Lo habitual es comerlos por las mañanas (momento para el que la masa de la oblea es más gorda para que, según dicen, de más energía) y por las tardes. Pero, lo cierto es que tanto en Pekín como en Shangai es habitual encontrarse a los chinos comiéndolos a cualquier hora del día.
Se elaboran de dos maneras: al vapor, con las maravillosas ollas de bambú (es el cachivache de cocina más saludable que se puede tener en casa), o a la plancha. Además, hoy en día, la tradición sigue mandando, y las bolitas se comen con palillos, se mojan en salsa de soja y se acompañan con té.
martes, 23 de agosto de 2011
Un cuento para comer
El hígado es un ejercicio que realicé en un taller de Estructura de la Novela con Juan Madrid hace ya unos añitos.
Ahora que acabo de terminar mi novela, os dejo este cuento estructurado en primera persona... que cedí a mis amigos Yanet Acosta y Jacobo Gavira para su precioso fanzine En Crudo.
El hígado
Disculpe señor, usted no puede relacionarme con un asesinato. No puede entrar en este restaurante y delante de mis amigos y de toda la gente, y decirme que yo soy sospechoso de la muerte de Carlota. Pero ¿cómo se atreve a culparme? ¿Cómo puede decirme a bocajarro que mi amiga ha muerto? ¿Dónde la han encontrado?
Hace dos semanas que recibí por correo postal la invitación formal a una comida. Cuando abrí el sobre y vi que era de Carlota me sorprendió que se hubiera tomado la molestia de escribirnos a todos y mandarnos esta invitación. Ya sabíamos que este sábado nos veríamos, pero es Carlota y de ella se puede esperar todo…
Los tres presentes y Carlota llevábamos diez años quedando en el mismo restaurante, a la misma hora y nos sentábamos en esta mesa, la de siempre. ¿Qué voy yo a saber de esto? Este sábado era un sábado más, como cualquier otro…
Sí, la invitación la tengo aquí, en el bolsillo. Se la leo:
“QUERIDOS AMIGOS, EL SÁBADO 25 OS ESPERO DONDE SIEMPRE PERO EN ESTA OCASIÓN ME HE TOMADO EL LUJO DE PEDIR YO EL MENÚ POR ANTICIPADO. OS ANUNCIO CUÁL VA A SER EL MANJAR: CARPACCIO DE FOIE CON MANZANA ASADA AL PEDRO XIMÉNEZ Y CHAMPAGNE. SI LLEGO TARDE, EMPEZAR SIN MÍ. SABÉIS QUE SIEMPRE, AUNQUE EN LA LEJANÍA, ESTOY CON VOSOTROS. UN ABRAZO, CARLOTA”
Todos, los tres, recibimos la misma nota y… claro, ¿cómo no íbamos a venir?
Somos unos amigos muy unidos, nunca faltamos a esta cita. Y si le digo la verdad, ella siempre pedía el menú ¿Cómo nos íbamos a extrañar de que en esta ocasión las cosas iban a ser diferentes?
He comido foie, o mejor decir hígado, desde niño. Y tengo que reconocer que lo odiaba. Pero ya sabe usted que cuando el amor se cruza uno olvida sus prejuicios, al menos durante un tiempo.
Sí, Carlota fue el gran amor de mi vida y la persona que más he odiado, pero también es, ¿o tengo que decir fue?, mi mejor confidente y ahora…¡joder, qué la jodan!
Esa endiablada mujer me cautivó desde el primer día que la vi. Fue en el instituto. Éramos unos pipiolos. Ella con esa melena que le llegaba a la cintura y yo… yo un gilipollas con la cara llena de granos que babeaba detrás de la única chica de la escuela a la que yo había oído hablar sobre las propiedades beneficiosas del hígado encebollado. Recuerdo ese día como si hubiera sido ayer: los chicos de la clase se amontonaban alrededor de ella. Carlota era una líder de opinión, todos la adoraban y la seguían. Ese día había traído en su tapperware un par de finísimos filetes de hígado bien llenos de cebolla. Mostraba cada pieza de ese hígado como si fuesen joyas de cocina y decía “no hay mayor placer que meterse un trozo de esta carne, cerrar los ojos y dejar que los aromas a terruño, a madreselva, a campo agreste invadan tus entrañas”…
Al principio pensé que estaba loca, pero luego me enamoré. Tengo que reconocer que Carlota no dejó nunca de sorprenderme. Después de aquella escenita de escuela y durante casi un año, el plato de moda entre los estudiantes ¿sabe cuál fue? Hígado encebollado… ¡manda cojones!
Conseguí que ella se fijara en mí y nos pasamos juntos la gloriosa época de tres años. El último, decidimos vivir juntos… Entonces, a los pocos meses, un buen día todo se acabó.
Odio el hígado y, en aquel entonces, también a ella. Pero eso no significa que yo quisiera matarla. No hubiera podido hacerlo…
Después de veinte años, Carlota, Andrea, Samuel y yo volvimos a encontrarnos y decidimos que no nos alejaríamos nunca. Así que acordamos vernos aquí en este restaurante, todos los sábados al mediodía. Solo los cuatro.
No sé que coño tenía ella con el maldito hígado… joder, ¿cómo ha podido hacernos esto?
Lo cierto es que noté que el cocinero, Abraham, cuando nos traía el plato estaba nervioso. Le tembló la voz cuando cantaba la comanda:
— Carpaccio de foie y manzana asada al Pedro Ximénez
¿Sabe? Tengo que reconocer que ese foie era diferente. Tenía un cierto toque dulce, era más meloso, se deshacía en la boca… y no vea usted cómo estaba con el champagne.
Vaya lo siento… es que se me olvida que… joder, ¡qué hija de puta!, cómo es posible… por qué nos ha hecho esto… Señor agente, le repito que yo jamás hubiera podido acabar con Carlota.
Sí, es cierto. La vi ayer. En su casa. Como otras muchas veces. No es extraño. Estuvimos cocinando. Ella tenía que terminar unos platos de postres para no sé qué revistas. Vino un fotógrafo, hizo las fotos a los platos y se fue. Y nos quedamos solos… Bueno, de vez en cuando nos quedábamos solos y usted ya sabe. En fin… no me miréis así, creo que todos ya sabéis que follábamos de vez en cuando. Mi mujer no lo sabe así que… supongo que esto está bajo secreto de confesión (…)
No sé, ahora que lo pienso, Carlota se sentía perseguida por un chiflado. Nunca quiso decirme nada de él, solo en una ocasión me contó que hacía años se había enrollado con él, pero que no le gustaba nada. Me contaba que era raro y que le daba miedo. No sé su nombre, ni a qué se dedica, ni nada… Bueno, en una ocasión me dijo algo relacionado con la muerte o no sé, pensé que era forense… la verdad es que no lo sé. Ella solo me decía que era un psicópata y que la llamaba constantemente y que incluso la amenazaba con descuartizarla… Carlota era muy imaginativa, no sé. Se le disparaba la fantasía enseguida. Tanto que últimamente no hacía más que hacernos prometer a los tres que si ella se moría nos comeríamos su hígado. Decía que en todos esos años consagrados a la gastronomía, había podido alimentar su hígado con el mejor caviar y con un excelente champagne, así que estaba segura de que su pieza iba a ser única. Nos reímos mucho cuando nos decía que en su testamento nos dejaría su hígado como herencia…
Era gastrónoma y ya sabrá usted de las excentricidades de los periodistas culinarios. Carlota era una exquisita y por lo que veo… una gilipollas.
Pero, discúlpeme señor agente, usted ha entrado en este restaurante solo, me ha enseñado una placa y ha preguntado por mí. ¿Qué sabe usted de mí? ¿por qué yo y no Andrea o Samuel? ¿Cómo sabía que hoy estaríamos aquí?
Abraham, el cocinero, nos dijo que hoy por la mañana le había llegado ese hígado perfectamente limpio… que un mensajero le había entregado un paquete con una nota escrita a ordenador donde decía: “para la mesa de Carlota”… Abraham sabía de las manías de Carlota, con lo que no sospechó de nada… Cuando llegué me contó que nunca había visto a un hígado tan bien cortado… Bromeamos acerca de eso, pero… y usted, si no ha visto el cuerpo de Carlota ¿qué le ha traído hasta aquí? ¿cómo sabe que está muerta? ¿Cómo es posible que usted sepa que hemos comido hígado y que éste es de ella? No, no, ahora contésteme a mí señor agente… Pero… pero, ¿por qué… señor agente, tiene usted puesta esa pulsera en su muñeca? ¿Sabe que esa pulsera se la regalé yo? Ayer, creo recordar que la tenía… ¿Dónde está Carlota señor agente? Ahora contésteme usted… ¿Dónde está Carlota?
@ Sara Cucala