viernes, 11 de noviembre de 2011

Palabras, palabros... que nos llegan





Yuzu. Japón nunca fue puerto de amarre en las rutas de las especias, en los largos viajes de los viajeros ávidos de nuevos mundos. La isla vivió aislada y olvidada de los mapas de ruta de intercambios comerciales. Llegaban los sabores de otros mundos a pequeñas gotas: en los siglos VIII y X comenzaron a entrar algunas frutas y verduras procedentes de los puertos de China y Corea; y ya en el siglo XVI, en la isla supieron por primera vez algo sobre un llamado Nuevo Mundo y entonces se dejó caer alguna embarcación con sabores de América, que pronto comenzaron a cultivarse en la isla. Ese intercambio tardío de productos de huerta y también de especias no debió de ser algo que preocupara en demasía a Japón. El país vive envuelto en una climatología privilegiada, ni fría ni tropical, con sus cuatro estaciones bien marcadas, lo que beneficia, sin duda, la riqueza de un mercado variado de mar y tierra, que brota y se consume en perfecta armonía ad hoc a cada época del año.
Antes del boom de la cocina japonesa en España, de esto hace ya casi unos veinte años, Francia en época de su Nouvelle Cousine ya tenía sus ojos puestos en la cuidadosa y virginal manera que tenía los japoneses de trabajar con los alimentos. Esa cocina del crudo, de las salsas naturales animadoras de matices gustativos, esa cocina del ritual y la buena educación en la mesa, esa cocina de la belleza, del emplataje del yin y yang fue para los franceses de comienzos del siglo XX un motivo de admiración y curiosidad.
Hoy ¿qué sería de nuestra cocina sin los sabores procedentes de otros mundos? Ésta es la era de la revolución culinaria del siglo XXI, del mestizaje, la fusión y las armonías, del entendimiento y del uso de ingredientes únicos. Es el momento en que el mundo se une en un plato y las cartas de los restaurantes incorporan nuevos lenguajes: edamame, daikon, sushi, kombu, dashi, ichiban y también yuzu.
Yuzu: “cítrico japonéscitru juno- más intenso que los limones y no tan dulce. Se utiliza tanto por su zumo ácido como por su piel aromática”, definición de Nobu Matsuhisa.
Es de los pocos frutos autóctonos de la isla. No ha llegado de otros mundos ni es fruto de un híbrido entre diferentes frutas –al menos que se sepa-. Se trata de una variedad de la cidra del tamaño de una mandarina, de corteza robusta, rugosa y muy aromática.
En verano el fruto aparece en el mercado japonés con un color verde intenso y en Otoño cambia su tonalidad por un amarillo de hojas secas. Al resto del mundo, lejos de Japón, el yuzu se encuentra en tiendas especializadas en productos nipones en estado líquido o en bolsitas de polvo cítrico. Desde hace unos años, al igual que las verduras y las frutas y las especias han ido adaptándose a los suelos nipones, el arbolito del yuzu, de poco más de dos metros y medio de estatura, ha comenzado a echar raíces en España; y lo ha hecho en los Viveros Huerto de Elche, un huerto de frutos desconocidos o milagros para el paladar que dirige el biólogo Santiago Orts. En nuestro país se recolecta en septiembre y habitualmente viaja directamente a las cocinas de los grandes chefs, por lo que es difícil encontrarlo en las estanterías de las fruterías de barrio.
Precisamente, en España no hubiéramos sabido nada del yuzu si no hubiera sido porque la alta cocina española hubiera visto y saboreado en este cítrico japonés la esencia fundamental para crear un plato de autor. Así, la llegada del yuzu a nuestro paladares ha sido a través de Joan Roca, David Muñoz, Rodrigo de la Calle, Ferrán Adrià o Paco Torreblanca, entre otros. De ellos han nacido platos como la nube de limón o el polvo de yuzu o el turrón de foie y yuzu, trucha con falsos sarmientos, leche de coco, yuzu fresco y alga de tierra…
Como otros ingredientes utilizados en la cocina nipona, el yuzu sirve para potenciar el sabor de ciertos platos y salsas, su punto de acidez y su amargor lo convierten en una parte fundamental en ciertas composiciones culinarias como la salsa ponzu: con mirin –vino dulce apto para cocinar-, dashi –caldo de pescado-, komezu –vinagre de arroz- y shoyu –salsa de soja-; se utiliza para hacer mermeladas, sorbetes, gelatinas e incluso para aromatizar ciertos inciensos.
Hay que remontarse muchos siglos atrás para descubrir las propiedades de estos frutos como combatientes de ciertas enfermedades como el escorbuto o como componentes claves de tratamientos de belleza. La cáscara del yuzu es el aroma del Japón invernal; y el jugo… el jugo es la balsa divina y terapéutica en la que se bañan los cuerpos nipones el 22 de diciembre, fecha en la que se celebra el solsticio de invierno, el Touji.
El Touji es la noche más larga del año y el momento en el que se aprovecha para reunirse con la familia o los amigos, comer kabocha (que es como llamana a la calabaza, que llegó a la isla procedente de Camboya allá por el siglo XVI) y bañarse en aguas de yuzu para rejuvenecer el alma y el cuerpo.  


Este artículo lo escribi en febrero de 2011 para la revista Siete Leguas, lo recuerdo ante la reiteración de este cítrico en las nuevas cartas 'fusión' en España            

No hay comentarios: