miércoles, 31 de agosto de 2011

Pasiones para coger con palillos










Hace unos ocho años viajé por primera vez a China. Mi primera parada fue Pekín. Me pasé dos días intentando entenderme con el chino-guía que me acompañaba, a mí solita, por esta fascinante ciudad. Fuimos a la Gran Muralla y también a la Plaza de Tian'anmen a ver volar las cometas cuando se pone el sol -precioso-, paseamos por esos templillos y palacios rodeados de vegetación y riachuelos... ¡ay qué bonita es China cuando uno viaja como turista de lujo!

Pero cuando llegaba la hora de la comida mi chino-guía siempre me llevaba a los restaurantes de hotel.

Creo que aquellas cartas de rollitos primavera, arroz tres delicias y cerdo agridulce que protagonizaban los comedores de dragones y paredes rojizas tan típicos, entonces, en España, eran mucho mejores que esos restaurantes de hotel del Pekín profundo al que me llevaba mi chino-guía. Conseguí convencerle para que me llevara al restaurante que solía ir él, a alguno de esos sitios donde quedan los chinos para comer... ¡Ay qué ingenua! Me llevó...

Describo desde el recuerdo: Comedor de paredes blancas, cuadros de puentes y Gran Muralla a ambos lados, sin ventanas. Tres mesas largas repletas de chinos que no se conocen comiendo a velocidad de vértigo sin levantar la cabeza del plato. Solo se escuchaba el sorber de las sopas agripicantes y el dos por dos de los palillos tropezando con los boles de arroz de porcelana vieja. Nadie hablaba. Mi chino-guía me miraba horrorizado. Yo fascinada. Me senté al lado de un señor delgado -claro- de pelo moreno y corto -claro- y ropa gris -super claro-.

No sé qué comí porque pidió mi chino-guía. Llegaron en menos de un minuto los platos. Si hubiera tenido un segundo para pensar no hubiera comido pero... ¿Quién quiere que un segundo de duda para que le quite la vivencia de un momento maravilloso?

Todo lo que probé estaba riquísimo, el pato, el pollo con salsa de ostras -creo-, un pescado que no sé qué era al vapor, verduras imposibles de nombrar y hasta el arroz, con un punto aromatizado a... ¿flores de Primavera? a ese perfume que te llega cuando comienza la Primavera y las flores amanecen en campos verdes... a eso olía el arroz. Pero con lo que me quedo son con unos dim sum rellenos de marisco -imposible definir qué marisco o si en lugar de marisco era otra cosa que mejor no saber...- que me parecieron un regalo de los dioses.

Repetí plato, ante la perplejidad de mi chino-guía, quien me dijo:

— Dim Sum, tocando el corazón

Entonces sonrió. La primera y última vez que le vi sonreír.


Exacto. Esas empanadillas rellenas me parecen el lujo de los lujos de la cocina china.

Desde entonces soy adicta no solo a los dim sum sino también a cocinar con la olla de bambú, pero ésta es otra historia. Arriba tenéis la foto de los últimos que hice en mi casa.

Adjunto artículo que publiqué en El Mundo hace un tiempo sobre este delicioso manjar.


En el corazón de la cocina china

En el siglo X, bajo la dominación de la dinastía Sung, los viajeros que recorrían el Camino Real solían hacer parada y fonda en los salones de té para descansar y reponer fuerzas. En aquellos lugares se ofrecía a los aventureros una sencillísima y enérgica cocina basada en varios platillos con diversos guisos que se envolvían en unas obleas llamadas wonton. Cada viajero cogía una de esas obleas y envolvía en ellas lo que más le apetecía. Cada bocadito se acompañaba con té, generalmente con unos té aromáticos y potentes de sabor como el Pu Erh.

La imagen de estos primitivos ágapes me trae a la memoria las tortillas mexicanas. Sin embargo, aquel picoteo de viajeros fue evolucionando hasta convertirse en lo que hoy es uno de los bocados más maravillosos y energéticos de la cocina China, los llamados 'dim sum' o empanadillas chinas.


Viaje a dónde viaje, por cualquier lugar del fascinante continente, hay puestos callejeros en los que se están elaborando los 'dim sum' a pie de calle. También en cualquier restaurante, las cartas sugieren mil maneras de degustar esos caprichosos bocaditos.

Puede que me hayan venido a la cabeza los 'dim sum' por estas Olimpiadas que estamos viviendo. Porque en estos días hemos oído y leído varias noticias sobre la alimentación que se les está dando a los atletas. La cocina china es milenaria, nutritiva, equilibrada y sabrosísima. Sin embargo, los miles de cocineros, que han sido contratados para alimentar a los deportistas, están poniendo en práctica sus conocimientos de cocina internacional, o elaborando las tradicionales recetas chinas con guiños de fusión. Para que los paladares del mundo no sufran con guisos desconocidos.

En cualquier caso, pienso que, cuando se viaja hay que probar los platos típicos de cada país. Y en China, la cocina es una verdadera delicia y los 'dim sum', un ingenioso bocado para sibaritas.

Recuerdo que en Shangai me llamó la atención que en una de las calles más comerciales de la ciudad había una gran cola de gente esperando. Me quedé mirando, sin saber muy bien qué era lo que ocurría, hasta que un chico me dijo: "¿Te gustan los 'dim sum'?". Y yo le contesté que era adicta. Así que me invitó a probar los de ese chiringuito callejero que "son los mejores de este barrio", me dijo. No sé si lo eran o no, pero desde luego tengo un recuerdo fascinante.

El 'dim sum' es un bocado cantonés que, traducido a nuestro idioma, significa 'tocando el corazón'. Suelen rellenarlo de carne, verduras, mariscos e incluso de frutas. Lo habitual es comerlos por las mañanas (momento para el que la masa de la oblea es más gorda para que, según dicen, de más energía) y por las tardes. Pero, lo cierto es que tanto en Pekín como en Shangai es habitual encontrarse a los chinos comiéndolos a cualquier hora del día.

Se elaboran de dos maneras: al vapor, con las maravillosas ollas de bambú (es el cachivache de cocina más saludable que se puede tener en casa), o a la plancha. Además, hoy en día, la tradición sigue mandando, y las bolitas se comen con palillos, se mojan en salsa de soja y se acompañan con té.

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