martes, 23 de agosto de 2011

Un cuento para comer


El hígado es un ejercicio que realicé en un taller de Estructura de la Novela con Juan Madrid hace ya unos añitos.

Ahora que acabo de terminar mi novela, os dejo este cuento estructurado en primera persona... que cedí a mis amigos Yanet Acosta y Jacobo Gavira para su precioso fanzine En Crudo.








El hígado



Disculpe señor, usted no puede relacionarme con un asesinato. No puede entrar en este restaurante y delante de mis amigos y de toda la gente, y decirme que yo soy sospechoso de la muerte de Carlota. Pero ¿cómo se atreve a culparme? ¿Cómo puede decirme a bocajarro que mi amiga ha muerto? ¿Dónde la han encontrado?

Hace dos semanas que recibí por correo postal la invitación formal a una comida. Cuando abrí el sobre y vi que era de Carlota me sorprendió que se hubiera tomado la molestia de escribirnos a todos y mandarnos esta invitación. Ya sabíamos que este sábado nos veríamos, pero es Carlota y de ella se puede esperar todo…

Los tres presentes y Carlota llevábamos diez años quedando en el mismo restaurante, a la misma hora y nos sentábamos en esta mesa, la de siempre. ¿Qué voy yo a saber de esto? Este sábado era un sábado más, como cualquier otro…


Sí, la invitación la tengo aquí, en el bolsillo. Se la leo:


“QUERIDOS AMIGOS, EL SÁBADO 25 OS ESPERO DONDE SIEMPRE PERO EN ESTA OCASIÓN ME HE TOMADO EL LUJO DE PEDIR YO EL MENÚ POR ANTICIPADO. OS ANUNCIO CUÁL VA A SER EL MANJAR: CARPACCIO DE FOIE CON MANZANA ASADA AL PEDRO XIMÉNEZ Y CHAMPAGNE. SI LLEGO TARDE, EMPEZAR SIN MÍ. SABÉIS QUE SIEMPRE, AUNQUE EN LA LEJANÍA, ESTOY CON VOSOTROS. UN ABRAZO, CARLOTA”


Todos, los tres, recibimos la misma nota y… claro, ¿cómo no íbamos a venir?

Somos unos amigos muy unidos, nunca faltamos a esta cita. Y si le digo la verdad, ella siempre pedía el menú ¿Cómo nos íbamos a extrañar de que en esta ocasión las cosas iban a ser diferentes?


He comido foie, o mejor decir hígado, desde niño. Y tengo que reconocer que lo odiaba. Pero ya sabe usted que cuando el amor se cruza uno olvida sus prejuicios, al menos durante un tiempo.

Sí, Carlota fue el gran amor de mi vida y la persona que más he odiado, pero también es, ¿o tengo que decir fue?, mi mejor confidente y ahora…¡joder, qué la jodan!

Esa endiablada mujer me cautivó desde el primer día que la vi. Fue en el instituto. Éramos unos pipiolos. Ella con esa melena que le llegaba a la cintura y yo… yo un gilipollas con la cara llena de granos que babeaba detrás de la única chica de la escuela a la que yo había oído hablar sobre las propiedades beneficiosas del hígado encebollado. Recuerdo ese día como si hubiera sido ayer: los chicos de la clase se amontonaban alrededor de ella. Carlota era una líder de opinión, todos la adoraban y la seguían. Ese día había traído en su tapperware un par de finísimos filetes de hígado bien llenos de cebolla. Mostraba cada pieza de ese hígado como si fuesen joyas de cocina y decía “no hay mayor placer que meterse un trozo de esta carne, cerrar los ojos y dejar que los aromas a terruño, a madreselva, a campo agreste invadan tus entrañas”…


Al principio pensé que estaba loca, pero luego me enamoré. Tengo que reconocer que Carlota no dejó nunca de sorprenderme. Después de aquella escenita de escuela y durante casi un año, el plato de moda entre los estudiantes ¿sabe cuál fue? Hígado encebollado… ¡manda cojones!

Conseguí que ella se fijara en mí y nos pasamos juntos la gloriosa época de tres años. El último, decidimos vivir juntos… Entonces, a los pocos meses, un buen día todo se acabó.

Odio el hígado y, en aquel entonces, también a ella. Pero eso no significa que yo quisiera matarla. No hubiera podido hacerlo…

Después de veinte años, Carlota, Andrea, Samuel y yo volvimos a encontrarnos y decidimos que no nos alejaríamos nunca. Así que acordamos vernos aquí en este restaurante, todos los sábados al mediodía. Solo los cuatro.

No sé que coño tenía ella con el maldito hígado… joder, ¿cómo ha podido hacernos esto?

Lo cierto es que noté que el cocinero, Abraham, cuando nos traía el plato estaba nervioso. Le tembló la voz cuando cantaba la comanda:


— Carpaccio de foie y manzana asada al Pedro Ximénez


¿Sabe? Tengo que reconocer que ese foie era diferente. Tenía un cierto toque dulce, era más meloso, se deshacía en la boca… y no vea usted cómo estaba con el champagne.


Vaya lo siento… es que se me olvida que… joder, ¡qué hija de puta!, cómo es posible… por qué nos ha hecho esto… Señor agente, le repito que yo jamás hubiera podido acabar con Carlota.


Sí, es cierto. La vi ayer. En su casa. Como otras muchas veces. No es extraño. Estuvimos cocinando. Ella tenía que terminar unos platos de postres para no sé qué revistas. Vino un fotógrafo, hizo las fotos a los platos y se fue. Y nos quedamos solos… Bueno, de vez en cuando nos quedábamos solos y usted ya sabe. En fin… no me miréis así, creo que todos ya sabéis que follábamos de vez en cuando. Mi mujer no lo sabe así que… supongo que esto está bajo secreto de confesión (…)


No sé, ahora que lo pienso, Carlota se sentía perseguida por un chiflado. Nunca quiso decirme nada de él, solo en una ocasión me contó que hacía años se había enrollado con él, pero que no le gustaba nada. Me contaba que era raro y que le daba miedo. No sé su nombre, ni a qué se dedica, ni nada… Bueno, en una ocasión me dijo algo relacionado con la muerte o no sé, pensé que era forense… la verdad es que no lo sé. Ella solo me decía que era un psicópata y que la llamaba constantemente y que incluso la amenazaba con descuartizarla… Carlota era muy imaginativa, no sé. Se le disparaba la fantasía enseguida. Tanto que últimamente no hacía más que hacernos prometer a los tres que si ella se moría nos comeríamos su hígado. Decía que en todos esos años consagrados a la gastronomía, había podido alimentar su hígado con el mejor caviar y con un excelente champagne, así que estaba segura de que su pieza iba a ser única. Nos reímos mucho cuando nos decía que en su testamento nos dejaría su hígado como herencia…


Era gastrónoma y ya sabrá usted de las excentricidades de los periodistas culinarios. Carlota era una exquisita y por lo que veo… una gilipollas.

Pero, discúlpeme señor agente, usted ha entrado en este restaurante solo, me ha enseñado una placa y ha preguntado por mí. ¿Qué sabe usted de mí? ¿por qué yo y no Andrea o Samuel? ¿Cómo sabía que hoy estaríamos aquí?


Abraham, el cocinero, nos dijo que hoy por la mañana le había llegado ese hígado perfectamente limpio… que un mensajero le había entregado un paquete con una nota escrita a ordenador donde decía: “para la mesa de Carlota”… Abraham sabía de las manías de Carlota, con lo que no sospechó de nada… Cuando llegué me contó que nunca había visto a un hígado tan bien cortado… Bromeamos acerca de eso, pero… y usted, si no ha visto el cuerpo de Carlota ¿qué le ha traído hasta aquí? ¿cómo sabe que está muerta? ¿Cómo es posible que usted sepa que hemos comido hígado y que éste es de ella? No, no, ahora contésteme a mí señor agente… Pero… pero, ¿por qué… señor agente, tiene usted puesta esa pulsera en su muñeca? ¿Sabe que esa pulsera se la regalé yo? Ayer, creo recordar que la tenía… ¿Dónde está Carlota señor agente? Ahora contésteme usted… ¿Dónde está Carlota?



@ Sara Cucala

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